marzo 29, 2011

MEDITACIÓN PARA LA COFRADÍA

El himno que aparece en la carta de San Pablo a los Filipenses (2, 6-11) es una composición que parece tener su origen en la liturgia de la primivita comunidad cristiana. Pablo lo toma en esta carta para hablar de los sentimientos de Cristo, principalmente su humildad, que deben imitar los que le siguen, y lo retoca subrayando el hecho de la muerte de Cristo "en Cruz". Dice así el texto:

Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.



A nosotros, cofrades del Cristo de la Victoria, nos viene muy bien meditar este himno porque la Imagen bendita de nuestro Cristo es reflejo de este precioso cántico de Filipenses. El cántico es una alabanza a Cristo en su Misterio Pascual, Cristo muerto y resucitado. Se reconoce la divinidad de Jesús y cómo Cristo por nuestro amor se abaja haciéndose hombre, uno como nosotros, aceptando la muerte y una muerte de Cruz, resumen de todas las injusticias y sufrimientos del ser humano. Cristo se abaja, se vacía de sí mismo, para salvar al ser humano pecador. Todo por puro amor. Ante esta entrega absoluta y maravillosa del Hijo por la humanidad, el Padre responde enalteciéndolo de nuevo con la gloria de la Resurrección. Ante este Cristo glorioso, vencedor del pecado, de la muerte, del dolor, del sufrimiento... solo cabe una cosa: hincar la rodilla, adorarle y bendecirle. Que toda la creación glorifique al Señor, "varón de dolores", que con su Cruz, signo ahora de salvación, ha salvado al mundo perdido.

La imagen de nuestro Cristo representa su victoria sobre la muerte y el pecado. Aunque con las marcas de la Pasión, es el Cristo triunfante y glorioso que nos indica la razón de su muerte y de su entrega, "su corazón" de donde brota un intenso e interminable amor por nosotros. La Cruz es su cayado y con el avanza a la cabeza de nuestra humanidad para guiarnos con paso firme, al ritmo de su Evangelio, a la gloria del Padre. Por eso contemplando esta imagen también podemos decir como Pablo: "si con Él morimos, viviremos con Él, si con Él sufrimos, reinaremos con Él, en Él nuestras penas, en Él nuestro gozo, en Él la esperanza, en Él nuestro amor, en Él toda gracia, en Él la salvación..." Déjate mirar por Cristo, con sus ojos que escrutan tu vida y la llenan de paz, de amor y de vida nueva.

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