Santísimo Cristo de la Victoria |
Y entre tanto, un barrio concibe a fuego lento una ilusión. Nueve meses pasan desde que se quitó la espina clavada en sus entrañas por ese agua que no germina, sino que embarra tantos sueños que se quedan a un segundo de cumplirse, cuando esas gotas del cielo caen en el momento de la salida, dejando esa esperanza arruinada por la fatal realidad con la que se encuentra al despertarse. Ahora si, los cielos se han teñido de azul oscuro y las estrellas aguardan deseosas de verte, por fin, en el esplendor de tu Mejostilla. Hoy si que es el día.
Las flores radiantes, embriagan desde la mañana tantos y tantos pulmones que al pasar por tu iglesia de San Juan Macías derrochan felicidad y alegría, pues verdaderamente hoy es el día que se verán cumplidos esos sueños que otrora se veían salpicados de nostalgia. Embellecen y dan color a tu paso que escondido, aguarda el momento de la salida.
Será el momento de disfrutar el presente, de hacerlo largo en cada vaivén de tu paso, en cada momento íntimo con los ojos cerrados, viéndote sin abrirlos, cumplir el sueño de esos niños que el año pasado no te contemplaron.
Vamos a guardar silencio, que vienen tocando los del Humilladero, anunciando que se acerca el momento del festejo. Aguanta, que mi corazón se prepara que comience la primera parada que tendrá para mí esta Semana Santa. Poco a poco se van incorporando los primeros hermanos con enseres. La hermandad está en la calle y se hace el silencio. Acaba de comenzar la procesión.
De entre la oscuridad surge poco a poco tu figura. Se adivinan esos preciosos ojos y tus radiantes candelabros que ya se rinden fervorosos ante tu enorme hermosura. Por fin una salida tranquila, sin prisas, lejos de esos mares embrabecidos de un primer año donde la falta de experiencia y los problemas meteorológicos hicieron que no todo saliera perfecto. Y en medio de esta balsa, por fin se levanta el paso, con el estruendo de los tambores de la banda y los primeros aplausos. Al hombro y muy despacio, avanzas lentamente entre una masa de gente mientras suenan preciosas marchas justo antes de enfilar el puente. Tu puente, que se ha vestido de blanco para convertirse en tu altar y elevarte a varios metros del suelo para que todos te puedan contemplar en el discurrir maravilloso de tus pasos.
Una vez entronizado, cuando tus llagas y tu cuerpo resucitado se ha visto reflejados en tantos y tantos ojos, te adentras en las primeras calles. Grandes avenidas se convierten en tu camino y algunos consideran que sería apropiado acelerar el paso. ¿Por qué? ¿en verdad es necesario? ¿9 meses esperando y ya nos hemos cansado? Afortunadamente, tus hermanos de carga comienzan ahora a disfrutarte, a sentirte, comienzan a apreciar como poco a poco se produce un enlace entre sus corazones y tu presencia reparadora. Ellos solos se recrean agradeciendo con sus hombros el amor que la providencia les ha otorgado al permitirles ser tus hijos y abrazarte con sus brazos. El momento se hace cada vez más íntimo. Muchos cierran los ojos y te disfrutan, imaginando que son meros espectadores pero dejándose llevar por tu caminar lento que les mece y les da sustento para aguantar todo el tiempo hasta que les vuelvas a permitir tenerte entre la gracia y el momento. De esta forma, cada vez más solo, acompañado por cientos de velas de luz portadas por esos fieles enamorados de tu obra y de tu rostro, y vestidos de negro y blanco, destacando entre las sombras del parque de Turégano Valiente.
En ese momento se sienten solos, apesadumbrados y cansados en una noche cerrada. Sin embargo, asisten inocentes a un hecho insólito en nuestra ciudad. Un paso de Semana Santa, camina por las arenas de un parque y, en ese lugar, cuando nadie lo esperaba y las ilusiones poco a poco se apagaban, saltó una chispa en forma de marcha que vino a despertar esos corazones solitarios. Antonio, un cofrade joven pero veterano, decidió que era el momento adecuado para destapar el tarro de las esencias mandando a los miembros de su banda tocar la marcha la Saeta. Así, en un momento cofrade sin precedentes, pareciera como si se iluminase aun más tu cara para ser contemplada únicamente por los hermanos de la Cofradía Dominicana, que presenciaban emocionados este instante, en el que se encendían aun más esos corazones en el caminar sentido y valiente entre la naturaleza. Qué mirada llevabas Señor, que bonito contemplarte en ese momento íntimo con los tuyos, qué compás tan definido y qué caminar tan escogido. Cual si fuera el día de pentecostés, iluminastes las cabezas de cuantos allí nos encontrábamos para disfrutar de tu presencia en esta procesión de Sábado Santo.
De esta manera, cargados de fe y de pasión, de nuevo nos disponíamos a cruzar el puente escuchando las preciosas interpretaciones de tu Banda, a la que llevarás siempre presente por ser la que te ha regalado y ha participado siempre de tus mejores momentos. De nuevo asciendes elegante, con la cadencia de siempre, que tus hermanos quieren disfrutar de cada paso, de cada segundo contigo. Todo el cortejo, y el público que ha regresado ya del dichoso partido, te observan deteniéndose en cada una de tus llagas, en tu corona de espinas que te corona como Rey de los humildes, de los maltratados, como Dios de la Esperanza de todos aquellos que sufren y de aquellos que encuentran en tí la felicidad de la vida.
Bulería en San Román da inicio a esa recogida, a las marchas de despedida con las que todos derrocharán sus últimas fuerzas en esta Estación de Penitencia de Amor, de total entrega al Salvador que poco a poco se recoge haciendo desvanecerse ese sueño de la primavera que se difumina y que se pierde para permanecer escondido hasta dentro de unos meses. Finos lances te acompañan durante toda la bajada del puente para que, una vez terminado y en la explanada, le dediques una mirada a todos los presentes llenándolos de esperanza para el tiempo que puedan estar sin verte en tu recorrido celeste por las ilusiones de tus fieles. 270 grados de bendiciones, de fijar esos ojos en cada uno de los presentes y una marcha, que se derrama como el agua bautismal en un recién nacido que se entrega como un hijo al amor de la iglesia cristiana y de su Cristo. Barrabás será la última marcha, la encargada de grabar en nuestros sentidos estos últimos momentos de gloria. Un solo enorme, largo, magníficamente interpretado nos pondrá los pelos de punta y nos hará desear aun con más ganas volver a tenerte sobre los hombros. Así, mecido de lado a lado, con fuerza y con vivas, fue la despedida del Cristo de la Victoria. De ahí a la solemnidad de una saeta que coloca el broche dorado a este inicio de la Pasión cacereña.
Una vez dentro del templo, la satisfacción y la sensación de haber cumplidoun sueño se apodera de todos los hermanos de la Dominicana que, entre abrazos y lágrimas, ya esperan otro paseo por los cielos con la Victoria del Señor sobre la muerte en volandas.
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